1.5.04

La pasta y los choripanes

NOTA: Esta columna fue aportada por Rafa Vidiella, un amigo. Bueno, un amigo hasta la publicación de esto.

Cualquiera que haya seguido al Milán este año coincidirá con que la mayor revelación del fútbol mundial es Kaká, el brasileño (sorprendente, ¿no?) que, en su primera temporada en el dificilísimo fútbol italiano, se ha erigido líder de su equipo, titular indiscutible y corresponsable del scudetto que en breve engordará las vitrinas rossoneras.

Kaká, fichado del Sao Paulo por 8 millones de euros, apuntaba alto: poseedor de la clase de Raí pero infinitamente más rápido; con la zancada y el gol de Rivaldo pero una década más joven, la torçida local sólo podía encontrarle semejanzas con otro de los gigantes: Zico. Una o dos temporadas cedido y Kaká recibiría galones en el Milán.

Pero llegaba para quedarse. Rivaldo fue confinado a la grada y, poco después, a la jubilación. Rui Costa pasó a ser testigo de excepción de las diabluras de su delfín, convertido en tiburón a la hora de
comerle el sitio. Y en Milán se frotan los ojos ante el juego de su nuevo ídolo.

Preguntado por su triunfo Kaká, que además de jugar como los ángeles es un muchacho inteligente y con una educación notable (a diferencia de otras muchas estrellas venidas de Sudamérica), responde: "Traté de inmediato de pensar como un italiano, aprendí la lengua, escuché los consejos de mis compañeros y entendí lo que sólo sabía en Brasil a
través de partidos por televisión", afirma antes de corroborar que "aquí cuenta, sobre todo, la táctica y el físico".

Casi al mismo tiempo que Kaká jugaba sus primeros partidos de primer nivel en Brasil, Riquelme llegaba a España con la misión de rescatar al Barcelona de la mediocridad, desquiciar al Real Madrid como hiciera antes en Tokio y mostrar que los muchos que aventuraban su fracaso en Europa no entendíamos de fútbol.

Dos años después, nadie en su sano juicio puede afirmar que Riquelme ha triunfado en España. Son algunos, casi todos argentinos, los que siguen achacándolo a la incapacidad española de comprender sus virtudes. El motivo es el de siempre: no hemos ganado una Copa del Mundo. Pero esa es otra historia.

La de hoy es que uno duda mucho que Juan Román se haya planteado aprender. Aprender a pensar como un español, ya que son los que le pagan.

Aprender la lengua, o al menos a usarla, abandonando así ese autismo subdesarrollado que tan inadaptado le hace. Que haya intentado, en resumen, aprender, comprender que no todo se termina en Boca, que hay otros entrenadores además de Bianchi (por muy bueno que éste sea) y que, al menos aquí, la táctica y el físico cuentan mucho.

Kaká deleita en Milán, refina sus inmensas cualidades y, seguro, pide pasta en lugar de feiçoada a la hora de cenar. A Juan Román sólo puedo imaginármelo pidiendo choripanes cuando le inviten al Bulli. Algo, sin duda, explicable: en España tampoco sabemos comer.

Rafael Vidiella

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