14.5.04

Ambivalencia

A pocas horas de publicar el mensaje he recibido comentarios que por costumbre, pereza o desconocimiento sus autores no se atreven a publicar aquí. No voy a reproducirlos, pero sí aprovecharlos para agregar algunos detalles:

-No creo en los "valores" del Real Madrid, ni desconozco que el fútbol es un negocio, ni creo que Florentino sea un mecenas posmoderno. Tampoco creo que el Valencia sea la Cruz Roja. Lo que digo es que, puesto a hacer negocios en un mundo en el que nadie arriesga, apostar tan fuerte como ha hecho el Madrid por un fútbol "bonito" tiene su encanto, un encanto acentuado incluso por esta caída. Caro o barato, el buen fútbol es uno solo

-Sobriedad vs. despilfarro: y dale con la sobriedad. Florentino quiso llevarse a Ayala al comienzo de la Liga y no pudo. No habrá sido porque salía barato.

-Si la tortuga gana alguna carrera, vale. Pero no olvidemos que gana porque la liebre se queda dormida, no porque la tortuga sea veloz.

El Madrid real

En estos días de periódicos, tertulias y cafés reventados de valencianistas espontáneos, voy a hacer una defensa del caído.

No puedo ser del Madrid. No está en mí acompañar a los que solo saben ganar. Confieso incluso que respiré aliviado con sus primeros tropiezos del año porque para ver ganar siempre a los mismos hay espectáculos más aptos. Pero no soy tan prejuicioso para no ver que el Real Madrid encarna una idea del fútbol más noble, audaz y bella que la que el Valencia vende hoy como el remedio para todos los males.

Los estrategas del aburrimiento dicen ahora que las estrellas no valen nada, y que lo que viene a demostrar la victoria del Valencia es que los trofeos se ganan con humildad. Bullshit. Hablan como si la Liga la hubiera ganado el Valladolid. El Valencia no es un equipo humilde, ni por nombres ni por actitud. Tiene una de las plantillas más rutilantes del fútbol español, con un crack por línea (Ayala, Baraja, Aimar), varios españoles de selección y un delantero en racha. Y sin embargo es un equipo que juega siempre por debajo de las posibilidades de sus individuos, ahorrando espectáculo. La austeridad del Valencia no es fruto de la humildad, sino de la avaricia.

Ni el Madrid es el fracaso absoluto que todos mentan hoy, ni los del Valencia son los nuevos galácticos. Las causas de la desgracia de uno y el éxito de los otros merecen comentarios aparte. Pero es hora de decir que en la apuesta del Madrid por intentar construir un negocio alrededor de un fútbol que se obsesione con el arco contrario y no con el propio y que cuando pegue lo haga por inocencia y no por táctica, hay una nobleza que nadie más representa en el fútbol europeo. Si los fanáticos de la moderación aciertan y el Valencia gana todo lo que ellos dicen que se merece, el fútbol será un juego más aburrido.

Como en la Grecia antigua, en el mito del fútbol moderno las mayores tragedias están reservadas a los grandes héroes. Florentino debe recordar hoy que la Sabiduría nació de una terrible jaqueca de Zeus. Solo es cuestión de partirse la cabeza en el momento justo.

1.5.04

La pasta y los choripanes

NOTA: Esta columna fue aportada por Rafa Vidiella, un amigo. Bueno, un amigo hasta la publicación de esto.

Cualquiera que haya seguido al Milán este año coincidirá con que la mayor revelación del fútbol mundial es Kaká, el brasileño (sorprendente, ¿no?) que, en su primera temporada en el dificilísimo fútbol italiano, se ha erigido líder de su equipo, titular indiscutible y corresponsable del scudetto que en breve engordará las vitrinas rossoneras.

Kaká, fichado del Sao Paulo por 8 millones de euros, apuntaba alto: poseedor de la clase de Raí pero infinitamente más rápido; con la zancada y el gol de Rivaldo pero una década más joven, la torçida local sólo podía encontrarle semejanzas con otro de los gigantes: Zico. Una o dos temporadas cedido y Kaká recibiría galones en el Milán.

Pero llegaba para quedarse. Rivaldo fue confinado a la grada y, poco después, a la jubilación. Rui Costa pasó a ser testigo de excepción de las diabluras de su delfín, convertido en tiburón a la hora de
comerle el sitio. Y en Milán se frotan los ojos ante el juego de su nuevo ídolo.

Preguntado por su triunfo Kaká, que además de jugar como los ángeles es un muchacho inteligente y con una educación notable (a diferencia de otras muchas estrellas venidas de Sudamérica), responde: "Traté de inmediato de pensar como un italiano, aprendí la lengua, escuché los consejos de mis compañeros y entendí lo que sólo sabía en Brasil a
través de partidos por televisión", afirma antes de corroborar que "aquí cuenta, sobre todo, la táctica y el físico".

Casi al mismo tiempo que Kaká jugaba sus primeros partidos de primer nivel en Brasil, Riquelme llegaba a España con la misión de rescatar al Barcelona de la mediocridad, desquiciar al Real Madrid como hiciera antes en Tokio y mostrar que los muchos que aventuraban su fracaso en Europa no entendíamos de fútbol.

Dos años después, nadie en su sano juicio puede afirmar que Riquelme ha triunfado en España. Son algunos, casi todos argentinos, los que siguen achacándolo a la incapacidad española de comprender sus virtudes. El motivo es el de siempre: no hemos ganado una Copa del Mundo. Pero esa es otra historia.

La de hoy es que uno duda mucho que Juan Román se haya planteado aprender. Aprender a pensar como un español, ya que son los que le pagan.

Aprender la lengua, o al menos a usarla, abandonando así ese autismo subdesarrollado que tan inadaptado le hace. Que haya intentado, en resumen, aprender, comprender que no todo se termina en Boca, que hay otros entrenadores además de Bianchi (por muy bueno que éste sea) y que, al menos aquí, la táctica y el físico cuentan mucho.

Kaká deleita en Milán, refina sus inmensas cualidades y, seguro, pide pasta en lugar de feiçoada a la hora de cenar. A Juan Román sólo puedo imaginármelo pidiendo choripanes cuando le inviten al Bulli. Algo, sin duda, explicable: en España tampoco sabemos comer.

Rafael Vidiella